

Ya os adelanté el gusto que siempre he tenido por la geología, por conocer las “piedras” que me rodeaban y saber la historia minera de mi pueblo, Algezares (tierra de yeso). Además de esto, los volcanes tienen una majestuosidad, haciendo a los seres humanos vulnerables (aunque no nos sintamos nunca así).
La experiencia que os presento es recrear, de un modo sencillo, una lámpara de lava casera, basada en el uso de la efervescencia de algunas grajeas.

- Recipiente de conserva vacío.
- Aceite de girasol.
- Agua.
- Colorante alimentario.
- Pastillas efervescentes, del tipo vitamina C, que podemos adquirir en supermercados.

En primer lugar, verteremos 1/5 del volumen del recipiente con agua. A continuación, y con el objetivo de darle color, le adicionaremos unas gotas de colorante alimentario.
El siguiente paso lleva a cabo la adición de aceite e indiscutiblemente vienen a la mente dos obligadas preguntas: ¿se mezclará con el agua? Si no es así, ¿dónde quedará, sobre o debajo del agua?
Finalmente, tras las preguntas, adicionaremos un par de pastillas efervescentes, que viajarán al fondo del recipiente y comenzará la práctica.

Esta experiencia es muy interesante porque une diferentes conceptos. En primer lugar, la densidad, es decir, la relación entre masa y volumen. Recordemos a Arquímedes (experiencia 1ª de esta monografía). En el caso del aceite, su densidad es menor que la del agua (1 Kg/L), por lo que tiende a mostrar siempre sobre esta última molécula.
Por lo que respecta a la efervescencia, es un proceso químico muy interesante, del que ya hemos hablado: reacción entre bicarbonato de sodio y un ácido. Las pastillas efervescentes llevan un ácido orgánico débil en su composición, generalmente ácido cítrico (obtenido clásicamente de los cítricos, limón y naranja, si bien hoy día su síntesis es más, debida a hongos imperfectos del género Aspergillus sp.) y el bicarbonato de sodio. En disolución acuosa, se descomponen en iones y provocan la famosa reacción de liberación de dióxido de carbono más la sal sódica (citrato de sodio).
El dióxido de carbono, de menor densidad que el resto de fluidos, intentará escapar del agua, del aceite y abandonará el recipiente hasta la atmósfera.
