El actor de teatro para la transformación social

Fernando Gallego

Actor y especialista en Intervención social y habilidades de comunicación

En primer lugar quisiera decir que todos1 los que estamos aquí hoy deberíamos estar orgullosos de estar compartiendo este espacio. Estar hoy hablando sobre este tema tan complejo es un síntoma de salud. Mientras, los problemas de salud mental siguen siendo un gran tabú en nuestra sociedad. Dice Damián Alcolea, alguien bien conocido en esta casa, la ESAD de Murcia, que hay que hablar más y mejor de los problemas de salud mental. Y el hecho de que no lo hagamos hace que aumente el aislamiento, la exclusión, el miedo y estigma hacia ellas. Así que la mejor manera de luchar contra este tabú es hacerlo visible. Ponerlo sobre la mesa, o en este caso sobre las tablas, y dialogar sobre él. Hacen falta más diálogos honestos y profundos sobre la salud mental. Honestos serán si creamos las condiciones de horizontalidad para que todas las personas se sientan incluidas en él, y profundos si nos los simplificamos, si somos capaces de huir de maniqueísmos y ser conscientes de toda su complejidad.

Imagen 1: La Rueda Teatro Social de Madrid. Fuente: elaboración propia.

Mi intervención parte de la experiencia de Teatro Foro "Todos contamos todos actuamos: incluyendo a las personas con problemas de salud mental", de todo el poder transformador que hemos encontrado en esta forma de diálogo, y de todas aquellas cosas que han pasado, durante este proceso, del terreno del tabú y lo invisible al plano consciente. Pero como me resulta difícil medir la transformación que ha supuesto en las personas que han vivido esa experiencia, hablaré de la mía propia. De mi visión personal y de todo mi aprendizaje.

Imagen 2: La Rueda Teatro Social de Madrid. Fuente: elaboración propia.

Nuestra compañía, La Rueda Teatro Social de Madrid, se centra en tres líneas diferenciadas: por un lado, facilitación de procesos de empoderamiento con grupos en riesgo. Hemos trabajado con personas sin hogar, adolescentes, profesores, inmigrantes, mujeres, personas presas, etc. También trabajamos representando espectáculos de teatro social con nuestra compañía. Y por último en formación, a través de nuestra escuela La Dinamo. En nuestra labor de creación y de exploración de conflictos sociales siempre seguimos un mismo hilo conductor. De lo personal a lo social. De lo individual a lo colectivo. De lo personal porque este es un motor de transformación muy poderoso. Trabajamos siempre con temas que nos afectan personalmente, que nos motivan, que nos mueven. Y a lo social porque siempre es necesario enmarcar que todas las cosas que nos pasan individualmente están condicionadas por la sociedad en la que vivimos. Estamos siendo influidos constantemente por nuestra historia, cultura, sistemas de creencias, leyes, moral. e igualmente por nuestros tabús. De lo personal a lo social.

Hace cuatro años nos llama la Confederación de Salud Mental España y nos encarga la creación de un Teatro Foro para tratar el tema del estigma hacia las personas con problemas de salud mental. El Teatro Foro consiste en una representación teatral que plasma un conflicto social u opresión. El público dialoga en la búsqueda de posibles soluciones o alternativas al conflicto para finalmente subir al escenario a sustituir a los actores para actuar sus propuestas de cambio.

Tras un proceso de investigación creamos tres escenas. Una en el ámbito familiar, donde vemos la impotencia de no saber qué hacer cuando un miembro presenta síntomas de un problema de salud. Otra que cuenta una situación de discriminación laboral pura y dura. Y una última que nos coloca en la tesitura de intentar recuperar antiguas relaciones tras una depresión de 6 años. Íbamos a estrenar en el Teatro Alfil de Madrid, y el público iba a estar formado en un 90% por personas con problemas de salud mental y sus familiares. Pero tres días antes yo empecé a notar que no me encontraba bien. Estaba cagado de miedo.

Así que llamé a mi amigo y mentor Héctor Aristizábal, un referente en Teatro Social y del Oprimido a nivel mundial, y le conté: "Héctor, estoy en estado de pánico. No sé qué va a pasar. La gente va a subir a escena y vas a hacer cosas raras, que yo no voy a saber interpretar, la cosa se va a desmadrar, el público dirá cosas que quizás no tengan sentido, y ¿cómo voy a moderar un diálogo que no sea lógico? Desde luego que no es una situación para nada normal. Creo que no voy a poder controlar una situación así". Y él, como buen amigo que es, me relajó, me dió confianza y me dijo: "Tranquilo, tú no tienes que controlar nada". Tres días después estrenamos. y fue un éxito. Nada de lo que yo temía ocurrió realmente. Así que nos encargaron dos representaciones más. Al año siguiente fueron tres más, al siguiente siete, y este año serán nueve. Tras más de veinte representaciones me he dado cuenta de que las personas que suben al escenario, las personas que hablan, saben perfectamente lo que quieren, son realmente conscientes de las opresiones que están sufriendo y son capaces de verbalizar y actuar sus deseos frente al resto de la audiencia. En estos cuatro años he visto, ante todo, personas con una gran integridad y una gran dignidad. Entonces pensé: qué curioso, estamos tratando con problemas de salud mental y hablando de enfermedad, y el que está lleno de miedos y de prejuicios soy yo. Quizás el enfermo aquí sea yo. Hablamos de normalidad y de personas que se escapan a esa normalidad. Pero ¿es normal o debería serlo que yo esté excluyendo con mis temores a este colectivo? Esto mismo que estoy contando me ha ocurrido cuando he tenido que trabajar por primera vez con otro tipo de "colectivos": inmigrantes sin papeles, personas presas, personas sin hogar, adolescentes inadaptados, etc. Siempre, antes de ponerme a trabajar con ellas, se apoderaban de mí todos los miedos que surgen del estigma que sufren tales colectivos. Pero todo esto no era algo que me pasaba a mí, por ser como yo soy, que soy una personita pequeña. Esto es algo más grande, es sistémico. Cuando no sabemos lo que es la salud mental, cuando nos dejamos llevar por el miedo, cuando permitimos que prevalezca el tabú, excluimos, apartamos y olvidamos. Y ésta es una práctica que se lleva repitiendo desde hace siglos en nuestra sociedad. De lo personal a lo social.

Imagen 3: La Rueda Teatro Social de Madrid. Fuente: elaboración propia.

Quisiera pues aportar algunas advertencias a todos aquellos actores y actrices que deseen explorar la práctica teatral al servicio de un proceso de transformación, individual, grupal o social, y que parten de mi experiencia personal. Un actor con vocación de transformar su realidad a través del teatro:

- Mucho cuidado: no son pobrecitos. No están tan desempoderados como creemos. Y es que no vamos a trabajar con enfermos, trabajamos con personas. Lo que está enfermo es nuestro sistema que los abandona y excluye sistemáticamente. Ellos ya tienen mucho poder. Tan solo hay que saber verlo y transformarlo en una expresión artística y estética que pueda ser llevada sobre las tablas. Pero nosotros no les damos ningún poder.

- Es un peligro muy grande pensar que trabajamos la inclusión de colectivos en riesgo, como si el total de la responsabilidad de integrarse fuera de ellos, más aún cuando somos precisamente nosotros los que formamos parte activa de su exclusión. No trabajamos para "dar voz" a nadie, los colectivos, las personas ya tienen voz y ya saben lo que quieren. Nosotras brindamos el escenario para que esa voz sea escuchada. No hace falta dar voz a nadie, hace falta dar orejas al resto de la población. Pero mejor si son esos mismos colectivos los que hablan y no nosotros por ellos.

- No hay colectivos más guays que otros. No es mejor trabajar con colectivos que hayan sufrido más que otros. En este mundo, desgraciadamente, también hay clases y parece que trabajar con algunos de ellos es "mejor" o más pintoresco que trabajar con otros. Al fin y al cabo trabajamos siempre con personas.

- Por último, abandonemos esa idea mítica de convertirnos en los salvadoros de nadie. Nosotros no salvamos, ni ayudamos, sino más bien al contrario. A mí este trabajo me hace ser mejor persona, sentirme más conectado con lo que de humano tengo. Poder conocer las realidades sociales, el sufrimiento que provoca nuestro sistema de leyes y valores, y la fuerza que emanan las personas que se enfrentan a situaciones de desigualdad y discriminación es un auténtico regalo diario. Creedme si os digo que yo soy el que me siento salvado, el que siento que estoy siendo sanado al ponerme frente a los grupos con los que trabajamos.

Pero nada de esto es nuevo. Paulo Freire ya decía hace muchos años la famosa frase: "Nadie salva a nadie, nadie se salva solo, nos sanamos juntos en comunidad".

Imagen 4: La Rueda Teatro Social de Madrid. Fuente: elaboración propia.

Curiosamente hay muchos psiquiatras y prácticas que están reivindicando últimamente la necesidad de incorporar a los procesos de recuperación en salud mental la creación de grupos de apoyo, grupos de iguales, espacios de diálogo horizontales donde se encuentren las personas con problemas de salud, donde su palabra sea relevante y no se conviertan en sujetos pasivos de su recuperación. De hecho, existen prácticas novedosas en el terreno de la medicina y las investigaciones científicas sobre enfermedades que otorgan a "los enfermos" la posibilidad de ser quienes decidan el tratamiento que desean seguir, sin obligarles a nada. También hay prácticas psiquiátricas que piden que las familias se involucren igualmente en estos espacios de diálogo, que en lugar de "aparcar" en los centros a sus enfermos se impliquen y contribuyan a su recuperación. Otros centros de salud mental hablan de la necesidad de salir a la calle para nutrirse de toda la comunidad de vecinos del barrio: escuelas, centros de mayores, asociaciones vecinales. Y yo estoy convencido de que nosotros, los que nos creemos "sanos" necesitamos tanto de ellos como ellos de nosotros.

El teatro, sin duda, puede aportar mucho a la construcción de estos espacios. Por su carácter lúdico, horizontal, inclusivo, expresivo, creativo, reivindicativo y conciliador. El teatro nos iguala, nos coloca delante del otro y de nosotros mismos, genera en un abrir y cerrar de ojos lazos afectivos, agudiza nuestro sentido crítico y nuestra capacidad para escuchar, nos permite y nos invita a ser honestos, a mirar a los ojos.

Así pues, asumamos el reto de trabajar la salud mental con la sociedad en su conjunto, no solo con los presuntos enfermos. Cuestionando qué es la enfermedad, qué es lo que verdaderamente está enfermo en esta sociedad y cuestionando eso de ser normal. Porque, al fin y al cabo, ¿quién es normal?

Difícil cuestión, y es que, como decía una persona al término de una de nuestras representaciones: "Lo único normal que he conocido en mi vida es un programa de mi lavadora".