Salir del teatro

Miguel Massotti

Antiguo alumno de la ESAD de Murcia. Director y presentador en Onda Regional

Maestros y compañeros de la Escuela Superior de Arte Dramático, salir del teatro es el momento mágico, os lo digo yo con mi larga experiencia.

Al salir del teatro y recibir la bocanada de aire limpio, sea en la Plaza Romea, en la lorquina (casi lorquiana) Plaza de Calderón frente al Guerra; en la madrileña Plaza de Santa Ana, frente al Español, o en la jumillana puerta del Vico, es lo mejor que un ser humano "candilejero" puede experimentar, a semejanza del buzo que estuvo sumergido en los más formidables fondos submarinos.

Salir, salir y respirar hondo. Ir a contarle al mundo la formidable farsa que acabas de ver y participar en ella, que se convierte por la intercesión de Talía, en el retablo del drama/comedia de cada día. Unamuno, se lo trabajó en "Doña Perfecta".

Hace unas fechas hemos despedido a la actriz María Dolores Pradera. A la que el mundo conoce por cantante, pero que nosotros sabemos que era actriz y gran actriz, que llegó a ese mundo desde el teatro (saliendo del teatro).

Ella, a la que llamaron "La gran dama", era elegante y medida sobre el escenario, como buena actriz de formación teatral. Un papel que supo llevar a la sublimación, basada en su preparación para dominar la escena; para no hacer una sombra a gesto alguno; para no tapar una expresión; para no dar nunca una "suela" al espectador. Los principios que los maestros nos vienen inculcando desde hace tantos y tantos años en la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia.

Este correligionario que hoy os escribe con admiración, reverencia y hasta con algo de envidia íntima y nunca maliciosa, pasó varios inviernos o cursos, en aquella clase curiosa que formábamos bajo una escalera del Romea. Con una pequeña claraboya sobre la tarima mínima, donde ensayábamos o nos corregían, sacando la cabeza, los que éramos más altos mozos. Allí estaban nuestro catedrático Juan Ignacio, el maestro e hijo del inolvidable precursor Juan de Ibarra; y también el fraternal Jacobo Fernández, "con el que tanto he querido".

Béjar era un antiguo alumno regresado de su aventura madrileña, con "Estudios 1", el TEI y el teatro profesional de aquellos años heroicos. Sus aventuras, cuando le arrancábamos una confesión, era el testimonio admirable del viejo lobo de mar, frente a los balbucientes grumetes que le escuchábamos soñando con embarcarnos en la aventura teatral profesional.

Eran alumnos y compañeros de pupitre: el alhameño Antonio Martínez, un genio que se salía del teatro, para pasar a las orquestas y hacer giras veraniegas, ganando el dinero que le mantenía en su formación invernal. José Antonio Antolinos, un pelirrojo santomerano, que era tan capaz de robarle una escena a un profesional sobre las tablas del Romea, sin rubor alguno; y al día siguiente, saltar de un avión a tres mil metros de altura sobre Alcantarilla, formando parte de la Patrulla Acrobática Paracaidista del Ejército del Aire. ¡Habrá mayor escenario, que el cielo de Murcia, sobre el que dibujar un trabajo relativo, formando una estrella, derivas, ángulos o cayendo en precisión! Antolinos era un maestro (alumno aventajado) divertido, que lo mismo sacaba la mano por la ventanilla del 600, viniendo de Alcantarilla, para sentir la emoción del aire, como cuando viajaba en caída libre con su paracaídas, que me hacía debutar rondando mozas, por los alrededores del Cinema Iniesta de aquella Murcia de los años 70.

Como teníamos más ambiciones y curiosidades que posibilidades, estábamos reventones de juventud y buscábamos horizontes más abiertos que aquellas cuatro paredes, bajo la escalera del Conservatorio que abrazaba estrangulante al Teatro Romea. Viajábamos en autostop al Certamen del Mar Menor en San Javier. Montábamos compañías efímeras que se atrevían a representar espectáculos de teatro experimental y siempre muy comprometido políticamente.

Con los años, la Escuela salió de debajo de la escalera, como si hubiera salido de un armario. Primero consiguió su autonomía del Conservatorio (gran logro histórico). Y después pudo trasladarse, provisionalmente a un piso de la Calle Granero; donde empezamos a tener nuevos profesores como el genial Mariano de Paco o el mismo Antonio de Béjar. Y más tarde al edificio del antiguo Seminario.

Imagen 1: Los profesores Antonio de Bejar, Juan Ignacio de Ibarra (Director), Jacobo Fernández y Mariano de Paco rodean al mimo Marcel Marceu en uno de los balcones del Seminario de San Fulgencio. Curso 1982-1983 el primero en esta sede. Fuente: archivo ESAD.

En medio, interminables noches teatreras en La Puerta del Pozo de José Antonio Parra y el inolvidable Antonio Morales y su corte, entre la que me sentía orgulloso de pertenecer de vez en cuando. O las veladas del bar Candilejas, que Béjar abrió frente al moribundo Teatro Circo y donde teníamos una tarima (como debajo de la escalera del Romea) y entre lunas y amaneceres; amores y "platajuntas", asistíamos a la transición de España y Murcia en aquellos años, que no sabíamos nadie dónde nos iban a llevar. nos llevarían a salir del teatro.

Imagen 2. Antonio Morales, Director de la ESAD (1992-1997) Fuente: archivo ESAD.


Imagen 3. Antonio de Bejar en el bar Candilejas. Fuente: archivo ESAD.

Y así, casi sin darme cuenta. Del mismo modo que María Dolores Pradera se metió en la canción y abandonó el teatro como tal; yo me fui trayendo entrevistas grabadas en aquellos magnetofones de cinta abierta, a actores y directores de compañías a la radio, crónicas y críticas de actuaciones por toda la Región. y a fuerza de echar viajes a la radio, me llegó la vocación y la querencia radiofónica.

Dicen los que me soportan, que tengo gran carga dramática en mi forma de hacer programas. Que actúo y hasta sobreactúo en ocasiones. Que manejo silencios y tonos. Quebrantos de voz y emociones.

Es verdad que no olvido los principios y las primeras enseñanzas. Nos decía el Maestro Ibarra: "Señores, el que no mueve los corazones, mueve los culos". Y yo, estoy sintiendo que, por hoy, ya vale de historietas del Abuelo Cebolleta (que posiblemente, alguno no sepa ni quién es el personaje referido).

Solo os quiero decir, a modo de despedida, que paso muchos días por la puerta de la Escuela. Que oigo voces o veo improvisados ensayos callejeros, que me emocionan y alegran en lo más hondo y entrañable de mi concha de apuntador.

Llegado este punto, calo profundo el chambergo; me embozo en la capa española y. (VASE).-